Comenzaba el año 2000 y, con él, se lanzaba la lista definitiva de los problemas matemáticos más importantes sin resolver de la historia: Los 7 problemas del milenio. La fundación Clay de Matemáticas ofreció un millón de dólares para quien resolviera cualquiera de los problemas, entre los que se encontraba “La Conjetura de Poincaré”.
En matemáticas, una conjetura es una deducción, una posible verdad que aún no estamos seguros de que lo sea. En cuanto se demuestra, ¡ahora sí! es una verdad absoluta para toda la eternidad, ¡se convierte en un Teorema!, una verdad para siempre.
Solo 2 años después de lanzada la lista, comienzan los rumores de que un matemático ruso ha dado con la demostración. Aparece entonces, en un sitio web personal e improvisado, la extremadamente breve demostración, pero como parte de una demostración más grande de otro problema menos conocido, es decir, Grigori Perelmán, el matemático ruso, demostró “de pasadita” un problema que llevaba 100 años sin poderse resolver. Pero ahí apenas comienza esta historia.
LOS HUMANOS MATEMÁTICOS
Además del revuelo que causó que la demostración fuera publicada de esa forma tan alternativa y no mediante prestigiadas revistas, ni pomposas conferencias, llamó la atención la brevedad con que se había logrado, y es que Perelmán se había saltado desarrollos larguísimos que él consideraba que no era necesario exponer, pero cuya ausencia volvía indescifrable el camino que siguió, al menos para la enorme mayoría de sus lectores, entre los que se encontraban matemáticos expertos. Esa ambigüedad permitió que uno que otro “listo” quisiera apropiarse del mérito de la demostración, lo cual ofendió profundamente al ruso, quien solía considerar que “los matemáticos eran mejores y más justos que el resto del mundo”, según recuerda un antiguo profesor de Perelmán.
La extraordinaria consistencia lógica de las matemáticas, muchas veces se piensa como algo que se extrapola a quienes hacen matemáticas, y aunque en algunos casos sí ocurre, hay que admitir que no es ni remotamente en la mayoría. En palabras del propio Perelmán:
“Hay matemáticos que son más o menos honestos, pero casi todos ellos son conformistas, toleran a los que no son honestos. No es la gente que rompe los estándares éticos y morales a los que se considera raros, sino a las personas como yo, quienes quedamos aislados”.
Debido a la falta de claridad y al exceso de oportunismo, Perelmán se ve obligado a dar una serie de conferencias en diversas universidades exponiendo el camino que siguió para la demostración, y tras varios años, fue la misma fundación Clay que determinó que era efectivamente Grigori quien había logrado convertir la conjetura en teorema y, con ello, se hacía acreedor a un flamante premio de un millón de dólares, mismo que nunca fue perseguido por Perelmán, ya que él se había enclaustrado en el departamento de su madre desde 1995 con toda la intención de resolver aquel problema más general y menos conocido (la fórmula de entropía para el flujo de Ricci) que resolvió siete años después, demostrando un problema del milenio por el camino.
No existía forma más efectiva de llamar la atención de toda la comunidad matemática y de la sociedad en general que rechazando tal cantidad de dinero. ¿Por qué alguien rechazaría tanto dinero? Es inconcebible. Y aquí no puedo evitar citar a Marx (no soy marxista, siempre hay que aclarar):
La burguesía despojó de su halo de santidad todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote y al hombre de ciencia.
Toda transacción o acontecimiento en esta era se reduce al efectivo que hay involucrado o a la capacidad de generarlo, y parece que los avances en el conocimiento no son la excepción. Socialmente, fue más relevante el monto de dinero que el alucinante hecho de que una única persona haya logrado resolver un problema que las mejores mentes matemáticas intentaron resolver durante 100 años y detrás del cual se encuentra el hallazgo de la forma que tiene nuestro universo.
INTELECTUALES EGOÍSTAS
Demasiada gente criticó a Perelmán por rechazar dinero que bien pudo haber donado a la beneficencia. “Egoísta” le llamaron muchos a una persona que “supuestamente” no quería compartir ese dinero con los más necesitados. No obstante, hay vídeos de Perelmán contando escasas monedas para pagar víveres en el supermercado; no es que él no necesitara el dinero, sin duda pudo darle un uso, es que él NO LO QUERÍA; sin embargo, hubo un momento en que sí estuvo dispuesto a aceptarlo, pero con una sola condición: Que todos los involucrados en el desarrollo de la demostración, es decir, los matemáticos que generaron los avances que él usó en su demostración, fueran proporcionalmente beneficiarios del premio, o sea, repartir el premio entre todos los participantes de acuerdo a su aporte.
Grigori no estaba pensando en lo que podría hacer con el dinero, el monto nunca fue un factor decisivo ni en lograr la demostración, ni en su decisión de rechazarlo. Su mente estaba volcada en la “justicia” del sistema de premiación, y en que cada uno de sus colegas fuera compensado por su trabajo, y no solo aquél que pone la última piedra.
¿Se le puede llamar “egoísta” a alguien que busca que el sistema reconozca el trabajo de todos los participantes en un logro? Muchos lo siguen haciendo hoy día. Quien lo hace, me parece, no es capaz de apartar su mirada del dinero, de los beneficios que traería ese dinero. El dinero es omnipresente en sus juicios y en sus conclusiones, independientemente de su nivel de ambición o del uso, sea personal o público, egoísta o benefactor, que le quieran dar. No son capaces de hacer a un lado ese elemento, y la prueba está en cómo cambiaría la situación si cambiamos ese factor. Imagina que, en vez de ser un millón de dólares, fuera UN dólar, ¿Perelmán seguiría siendo criticado por egoísta? Un dólar no cambiaría en nada la situación de las instituciones de beneficencia, sin embargo, la decisión del matemático se mantendría intacta, nada cambia en el razonamiento que lo llevó a rechazar el premio, pero entonces no llamaría la atención de nadie, nadie se frotaría las manos pensando ¿qué haría yo con ese dinero?. De esta forma, si el dinero sale de la ecuación, la decisión de Perelmán se sostiene, pero la opinión de sus críticos, no. Es decir, una vez que somos capaces de dejar de enfocarnos en el dinero y podemos sacarlo por completo de la ecuación, el peso de la congruencia, el sentido de justicia, el compañerismo y/o la cooperación adquieren dimensiones muchísimo mayores.
TRANSACCIONAR CON EL SISTEMA
La respuesta del comité premiador a la solicitud de Perelmán fue negativa: el sistema (de premiación) no funciona así, la recompensa se otorga a quien consigue “cruzar la línea de meta”.
La tendencia asocial (que no antisocial) del matemático no le permitió involucrarse políticamente en el reparto, ya sea por falta de interés, de habilidad o de competencia; así que la respuesta fue tajante: absoluto rechazo. Perelmán salió del sistema y se negó rotundamente a participar en algo con lo que está completamente en desacuerdo. Tanto lo hizo que, no solo rechazó otros varios premios en efectivo, sino también medallas y reconocimientos, entre los cuales se encontraba la Medalla Fields, una especie de “Nobel de las matemáticas” que se otorga solo cada cuatro años y solo a personas menores de 40 años. Perelmán estaba tan decepcionado del gremio que incluso dejó las matemáticas, al menos públicamente. Nunca se ha vuelto ha mostrar en universidades, ni ha vuelto a publicar ningún tipo de trabajo.
Grigori Perelmán, entre las personas con principios éticos o valores morales tan fuertes, pertenece a uno de dos grupos mutuamente excluyentes: el grupo minoritario de personas que no están dispuestas a participar de algo que aborrecen y, mucho menos, están dispuestas a beneficiarse de ello. En el otro grupo, por el contrario, están aquellos que transaccionan con el sistema con la creencia de que el sistema se puede modificar desde adentro; personas que tomarían el dinero y lo donarían a una causa benéfica, como si esas migajas compensaran la privación del buffet del que provienen, personas que se someten temporalmente y se esmeran pacientemente para conseguir una posición de poder desde la cual dirigir un cambio. No obstante, Mark Fisher, profundo crítico del sistema económico, nos advierte sobre este segundo grupo:
El engaño de tantas personas que empiezan a trabajar como gerentes con grandes esperanzas es creer que ellos sí pueden cambiar las cosas, que no cometerán los mismos errores que criticaban de sus propios gerentes, que esta vez todo será diferente. Pero hay que mirar a cualquiera que haya sido promovido a un cargo gerencial para observar qué ocurre; la petrificación gris del poder no tarda mucho en avanzar: prácticamente, es posible palpar cómo el poder va quedándose con el cuerpo de una persona y escuchar los juicios vacíos de sentido con los que el poder habla a través de ella.
La naturaleza intrínseca del sistema económico en que vivimos exige, o al menos espera, la obtención de beneficios como principio fundamental, pero no la simple obtención, sino la obtención por encima del otro, la competencia: “Lo que pierda el otro, lo gano yo”, situación que se replica claramente en la disyuntiva de Perelmán en un ambiente conformado por las supuestas personas más inteligentes y capaces de abstracción en la sociedad, y en un medio que inicialmente no tiene nada que ver con el sistema económico; aunque las semejanzas aquí descritas nos permiten concluir o, como mínimo, sospechar que se trata de lo mismo, un engranaje de otro engrane más grande.
¿NO HAY ALTERNATIVA?
Si el ámbito de las matemáticas, que muchos creen omnipotentes, no logra escapar de la lógica del sistema económico, ¿hay alternativa? ¿existe ámbito donde puedan convivir aquellos valores que sostiene Perelmán al menos con el mismo nivel de relevancia que la búsqueda del beneficio económico? Muchas grandes mentes críticas al sistema trabajan en esa respuesta. Yo sería incapaz de ofrecer una solución, pero hay algo que me queda muy claro: la alternativa vendrá necesariamente del grupo al que pertenece Grigori Perelmán. La salida tiene que ser tajante y firme si no queremos quedar atascados en la trituradora económica.
Y, para quienes no estamos de lleno en ese grupo, conviene al menos comenzar a cuestionar los principios absolutamente monetarios que rigen hoy el mundo. Y así es cómo te invito a reflexionar lateralmente: aunque la sociedad te dijera que es lícito y merecido, ¿qué te llevaría a ti a rechazar un millón de dólares?.
Fernando
junio 12, 2024 — 10:04 pm
Esta muy bueno
Uriel Hernández Jasso
junio 14, 2024 — 4:03 pm
Wow! Muy interesante e invita a la reflexión.
Carlos Baena
junio 16, 2024 — 9:57 am
Gracias Angel. Necesitaba este tutorial xP